jueves, 14 de junio de 2012

El sentido de las palabras

Recortes son, según el diccionario de la RAE, "las porciones excedentes que por medio de un instrumento contarte se separan de cualquier material que se trabaja hasta reducirlo a la forma que conviene". Según ello, es posible, en caso de que efectivamente sean recortes estos que nos están pegando en nuestras particulares economías, algo que está por discutir, acaben por reducir nuestros sueldos a la forma que conviene; que conviene a cualquiera menos a nosotros y, con nosotros, al conjunto no ya de la ciudadanía sino incluso del Estado. Va a resultar que el Estado, en vez de ser, como creíamos, un instrumento del que la sociedad se dota para que la sirva, se trata de un aparato que se sirve de la ciudadanía para prolongar un estado de cosas que a nadie satisface. Esto está siendo así, porque cabe pensar que no sean recortes los que nos están proporcionando, semana tras semana, porque no hay porciones excedentes, no hay nada sobrante en la inmensa mayoría de los presupuestos familiares de los españoles y menos aún, en los de esos casi seis millones de parados que, cualquier día de estos, van a echar a andar. No está habiendo recortes, está habiendo algo muy distinto que comienza por una utilización errónea y posiblemente interesada del lenguaje y acabará sabe Dios en qué.

¿Lo que hay, entonces, son reformas? Tampoco, al menos si de nuevo hacemos caso del diccionario de la RAE que es quien se encarga de sancionar como correcto el uso que hacemos del idioma que vincula y une a este medio cientos de millones de habitantes que ocuparemos el Estado de las autonomías.

UNA REFORMA es la "acción y efecto de reformar o reformarse lo que se propone, proyecta o ejecuta como innovación o mejora en alguna cosa". Si esto es así (y no da la impresión de que no lo sea) nadie podrá afirmar que las medidas adoptadas hasta ahora constituyan reforma alguna pues ninguna de las causas reales del estado en el que nos encontramos se ha visto alterada o corregida en lo más mínimo.

Lo que sí está habiendo es un retorcimiento tanto de las palabras como de las economías más necesitadas de entre todas las existentes en el conjunto de la ciudadanía. Retorcer es también, según el diccionario de la RAE, "interpretar siniestramente una cosa dándole un sentido diferente al que tiene". Llamarle recortes y llamarle reformas al afán recaudatorio en autopistas, hospitales, farmacias, facultades universitarias, gasolineras, plazas de abastos, consultas médicas o impuestos sobre los valores añadidos, supone una interpretación siniestra de la realidad para darle un sentido que no tiene.

Un sentido que sí tendría si la ciudadanía percibiese de una bendita vez esas medidas que la mayoría está dispuesta a aceptar viniesen acompañadas de otras que impidiesen indemnizaciones multimillonarias a empresarios concretos, a indiscretos directivos de cajas de ahorro y a toda una variopinta fauna de inmorales que, mientras la ley no los someta, van a seguir riéndose a mandíbula abierta de todo cuanto la rodea desde los distintos paraísos que hayan alcanzado.

Mientras no sean reformadas las leyes que hicieron y siguen haciendo posible el actual estado de cosas, mientras no sea enmendada la Constitución del 78 en la debida forma, mientras siga existiendo la ley electoral en su actual redacción, la ley de partidos, las listas abiertas y con todo ello la posibilidad de que los políticos sigan constituyendo una casta incapaz de generar un debate como hubo entre Hollande y Sarkozy, un debate real, en vez de las repetitivas y monótonas partidas de tenis de mesa entre los líderes de los dos principales partidos a las que estamos ya tan habituados, aquí no habrá nada que hacer. Y acabo de poner, tan solo, unos pocos ejemplos de las reformas reales necesarias, porque hay más, claro que hay muchos más ejemplos. Pónganlos ustedes a su juicio.

No está habiendo reformas, ni recortes. Lo que está habiendo es un retorcimiento brutal de los sueldos y de los impuestos que, de seguir así, solo han de conducir a una mayor exaltación de la ciudadanía. ¿Qué ha sucedido históricamente cada vez que se ha jugado, además de con la economía de la gente, con las palabras gracias a las que se construye la realidad? Pues que la realidad regresó siempre a su punto de equilibrio, en ocasiones después de un revolcón histórico. Es malo, muy malo, jugar con el sentido real de las palabras. Una retirada es una retirada y no un repliegue táctico. Una subida del IVA no es una ponderación de no se sabe qué historia “economicista” expresada a través de una explicativa propia de iniciados que la gente acabará por interpretar como una solemne tomadura de pelo. ¿Qué pasará en ese momento?

Vivimos tiempos en los que es necesario llamar a las cosas por su nombre y no de amenazar al conjunto de la sociedad con una reforma y/o un recorte cada viernes que ya empiezan a sonar a guasa y tomadura de pelo pues no son ni una cosa ni la otra, sino pruebas de torsión de la capacidad de resistencia del cuerpo social, extenuado por el esfuerzo, exprimido hasta las extenuación, boquiabierto ante el desajuste que supone que quienes gobiernan no les den a las palabras el mismo sentido que tienen para todos. No debe de alegrar a nadie que esto esté siendo ya así.

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