La tarde había caído y en las calles del barrio apenas se veía movimiento. Parecía como si casi todo el mundo estuviera aguardando que cayese la noche protegiéndose del calor resguardado frente al ventilador. En aquella zona de la ciudad, como tantas otras imagino, la vida latía débil: camareros solitarios, tiendas a medio gas y esa sensación de que los parques ya han cerrado sin aguardar a la noche.