Ojalá el mundo fuera de otro modo. Ojalá no desayunáramos en España con noticias de asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, o de que los jóvenes usan las nuevas tecnologías como método de control de las personas amadas. Ojalá la conciliación laboral no fuera irse limpiando los restos de papilla o puré en el ascensor, mientras te miras de reojo en el espejo para ver si vas peinado/a, camino del trabajo. O dejar a tus hijos en otras manos, por cualificadas que sean, y volver sabiendo que tu jornada laboral ha terminado pero empiezan de nuevo la cena, los baños, la comida del día siguiente, y deberes, mamá papá, qué me pongo mañana, no me gusta la cena, cuéntame un cuento, prepárame el bocadillo y basta.